viernes, 11 de enero de 2013

Noches sin Sueños

Pocas cosas detesto en esta vida como despertar en la madrugada y no poder  conciliar el sueño.

Lo considero una absoluta pérdida de tiempo.

En mis noches de insomnio desfilan por mi cabeza un sinnúmero de pendejadas.

Resuelvo en mi pensamiento todos los pendientes del trabajo.

Me pregunto a mí misma las cuestiones más absurdas... ¿Tomé la decisión correcta, ¿no habría sido mejor seguirle hasta que doliera?, ¿cometí un exabrupto?

Armo mis diatribas mentales: "Mi misma, hiciste lo correcto, es más, ya te habías tardado. Exacto, no todo es blanco y negro, tiene sus matices, pero a veces la balanza se inclinaba cabrón hacia lo oscuro. Bueno, pero cuando había luz era chingón. Ajá, ¿cuánto tiempo duraba el lado amable? No, pues a veces se disipaba en frieguiza, sin saber siquiera los porqués. Correcto y ni hablar de que tuviera la intención de que lo comprendieras. Hacía mutis. De acuerdo, frecuentemente llegaba de mal humor y te ponía cara. Ah, pero qué tal cuando estaba de buenas. No pus cuando eso llegaba a suceder sí estaba chido. Pero lo chido duraba menos que una paleta de hielo en pleno sol acapulqueño.

Doy vueltas en la cama. Me restriego los pies.

Tomo una almohada. La boto. La doblo. La boto. La cambio por otra. La tomo otra vez. La boto nuevamente.

En esas madrugadas sostengo un diálogo interior tipo algarabía.

Entonces trato de poner la mente en blanco.

Procuro pensar en la nada, si es que eso existe.

Y nada, el todo y los sinsentidos siguen su desmadre en mi cabeza.

Es en serio, detesto las noches de insomnio.

Y lo peor es que, las muy cabronas, últimamente me persiguen como perras,
como cuando la Doga corretea a la Kana en el patio.

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