miércoles, 25 de abril de 2012

Tina y la Bóveda Celeste

Animada por las palabras de la vieja sabia, Tina emprendió el camino hacia el sur, sosteniendo con fuerza el dije de media luna que pendía de su cuello.
Por alguna razón el fetiche le confería paz, seguridad y tranquilidad.
Al cabo de un rato sus delgadas piernas se resistieron a continuar andando.
Obedeció al mandato de su cuerpo, se recostó junto a un árbol y miró con todo su ser la bóveda celeste.
Una variedad de cometas de colores brillantes, como la diamantina, sostenían un baile en el cielo.
Luego entraban en escena mandalas con  figuras caprichosas.
Las estrellas se convertían en lámparas, iluminaban el universo en tonalidades psicodélicas.
Más de una vez la niñita había observado espectáculo tan singular, pero parecía ser que sólo sus sentidos lo sintonizaban, otras personas permanecían ciegas a tal magnificencia.
Así como disfrutaba la hermosura de la bóveda celeste, Tina también era feliz persiguiendo los arcoiris y lo era mucho más tratando de encontrar los oasis en los desiertos.
En esta noche en particular, lo último que la niña de sus ojos observó fue un cometa violeta, el cual confirió a su tez apiñonada un halo luminoso, el cual opacó la tersura de su piel.


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