domingo, 4 de abril de 2010

La Kana De Mi Vida



Cuando vivía en casa de mis papás la costumbre era tener gatos porque los gatos le gustaban a mi hermana Maga Lirio.
El primer gato que tuvimos se llamaba Cupertino, en honor a uno que mi madre había tenido antes de casarse. Cupertino era un gran gato, vivió con nosotros muchos años, creo que más de quince.
Luego llegó a nuestra vida una siamesa distinguida, la cual mi amiga Alejandra recogió en la calle, y la bauticé con el nombre de Samantha, como la bruja de la serie setentera "Hechizada". Era una gata con garbo, se sabía bella.
En ese tiempo mi hermana adoptó a Cosita, un gato verdaderamente nefasto que se orinaba por todas partes, hasta a Lydia le tocó.
Años después adopté a Tábatha y aquí los recuerdos me traicionan y ya no sé si fue Alejandra quien me la regaló. No sé cómo fue que llegó esta gatita, también siamesa, a nuestra vida. Le puse Tábatha porque así se llamaba la hija de Samantha.
Yo había tenido un perro que mamá nombró Bornie o Borny, no sé cómo lo escribía, cuando era muy chiquita. Los recuerdos son vagos, más traídos a la memoria por lo que mi madre cuenta que por lo que en realidad se proyecta en mi mente.
No recordaba lo que era tener un perro, sólo sabía lo que es tener felinos de ojos misteriosos y andar elegante. Gatos que apenas si te hacen caso, que no te reconocen cuando los encuentras en el jardín de la casa, que se suben a la televisión para decorar el cuarto.
Hace ocho años andaba arrecha por tener un perro, mi idea era un golden retriever, con pelaje sedoso, cara tierna, sonrisa a la cual no se le niega absolutamente nada.
En su lugar me encontré en esa tienda de mascotas a una cachorrita bastante grande para tener solamente tres meses de edad. Era una masa de pelos de color blanco y negro con una mancha alrededor de uno de sus ojitos, que parecía el parche de un pirata.
La masa de pelos, de raza viejo pastor inglés, me fue presentada y se lanzó a lamerme la cara, las manos y lo que encontrara a su alcance. Me hizo todas las fiestas que tenía en su repertorio y me miró con esos ojos llenos de ternura que los canes tienen y pareciera que lo saben.
No pude resistirme a sus encantos, pedí que me la empacaran y desde ese día la Kana entró en mi vida.
Reconozco que a la semana de tenerla me invadieron las dudas y el arrepentimiento. Mi TOC al cuadrado se alarmó porque el animalito era una bola de gérmenes a la cual había que entrenar para que no hiciera de las suyas por donde se presentara su necesidad.
El piso, hasta antes de la Kana siempre reluciente, ahora tenía las patas de la perrita por dondequiera que ella caminaba o corría.
El love seat, funda de la llanta trasera de la camioneta, pasto y flores de la fuente fueron historia al llegar la canita.
Mi paciencia, en aquel entonces nada tolerante a la frustración, decidió que era mejor ofrecerla en adopción a almas más dispuestas a los ímpetus caninos.
Gracias a la vida -y al consejo de Mayra- no caí en la tentación de regalar a mi perrita. Kana ha sido una compañera fiel en estos ocho años. Ha estado conmigo en los tiempos felices y en los más tristes también. Me ha visto reír y me ha acompañado cuando el dolor se ha hecho presente.
Ella me espera impaciente y siempre se pone contenta cuando llego. Me mira con esos ojitos de Troll que me desarman.
Es motivo de alegría, ternura y belleza en mi hogar. Ha traído felicidad y amor incondicional a mi persona. No tengo palabras ni gratitud suficiente que compense el bienestar que me ha prodigado esta perra soberana.
Leí en una revista que se llama "Insignia" que las mascotas habitan una realidad extraña para ellas y para nostros, que los perros viven una vida verdaderamente esquizoide.
La autora de este reportaje refiere que los perros viven a diario en dos planos a la vez, combinando el mundo canino con el humano. Siempre están a nuestro servicio. Nosotros podemos pedirles afecto instantáneo en cualquier momento, pero el perrito no puede decir que le duele la cabeza o que está ocupado.
Finalmente, señala que los canes han arriesgado sus instintos para transitar a un espacio nebuloso, que es el de los humanos, el cual otras especies sentirían inseguro.
Si esto es cierto yo me alegro que así haya sido, pues la Kana ha impactado positivamente mi vida y la de quienes me rodean.
La Kana no me critica, ni me juzga, me acepta como soy, con mis ochocientos mil defectos y novecientas mil virtudes : )
Durante estos ocho años han pasado innumerables eventos, uno de los cuales fue la llegada de MV a nuestra vida.
Kana lo recibió con beneplácito y ahora parece que lo quiere más que a mí.
En los momentos en que escribo este blog ¿adivina dónde está echada la perrita? Pues está tendida a los pies de MV.
Sin embargo sé que en el momento que la llame vendrá a mí al instante, saldrá de su mundo de sueños caninos al de los humanos, transitando en un plano totalmente esquizoide.
El blog de hoy está dedicado a las mascotas porque hacen más felices nuestras vidas.


Samantha, una gata bella

La Kana feliz
En su mundo de sueños caninos
Una Perra Soberana
Kana de paseo

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