lunes, 8 de agosto de 2011

La Mala Influencia

A quienes nos gusta comunicarnos por medio de la palabra escrita, me atrevo a decir nos es prácticamente imposible no hablar de nuestros propios sentimientos, sobre todo cuando éstos andan deambulando por los laberintos más oscuros. Es entonces cuando nuestros demonios internos más invitan a escribir.
La tristeza es, lamentablemente para mí, una amiga de ésas que una madre calificaría como mala influencia. Esta amigamalainfluencia me acompaña desde hace varios años.
Yo no la invité a entrar en mi vida, entró solita por alguna puerta que olvidé cerrar con llave.
Se instaló cómodamente y ha estado ahí por mucho tiempo.
A veces se va por una temporada larga, luego regresa para quedarse un par de días, en ocasiones ha estado ausente por varios meses, pero siempre retorna a mi casa. Nunca tengo la certeza de los días que se quedará.
El año pasado me hartó.
Le compré sus zapatillas de ballet y la mandé de puntitas derechito a la chingada.
Por primera vez me permití recurrir al uso de antidepresivos para combatirla.
Y fue como un acto de magia.
Al cabo de tres semanas la maldita tristeza partió con todo y sus zapatillas de ballet.
Fui tan feliz cuando se largó.
Durante varios meses anduve muy contenta, sin ese nudo en la garganta atorado, sin la angustia del miedo al mismo miedo.

Pude dormir más de seis horas seguidas sin despertarme para pensar en cosas que al día siguiente no recordaría; se me quitaron las ojeras de vampira, recuperé un poco de energía.
Me di cuenta que antes de los chochos le daba importancia a los asuntos más triviales, comprendí que la vida no es tan complicada como una se la hace.
Hubo un día que consideré prudente decirle adiós a los chochitos.
Pensé que yo ya estaba preparada y equipada para nunca más dejar entrar a la pinche tristeza a mi casa.
Pero a los dos meses de haber abandonado el medicamento, me dieron ganas de llorar por los rincones, como la muñeca fea de Cri Cri.
Otra vez sentí ese nudo en la garganta, el sabor amargo en el esófago, la ansiedad que obliga a cerrar los puños.
Y me vi en la necesidad de volver a usar los antidepresivos.
Sin embargo, al parecer la pinche tristeza se ha hecho inmune a la paroxetina. La muy perra, sin ofender a los canitos y canitas, insiste en hacerse presente.
Ahora se me apareció en forma de llanto incontrolable.
Inconsolable estoy aunque el mundo me diga que lo tengo a mis pies.




2 comentarios:

Héctor García dijo...

Tal vez, más que pastillas, lo que requieres es realizar un trabajo interno profundo. Algún tipo de terapia para sacar tantas emociones y sentimientos que, como cualquier otra persona, traes atorados desde quién sabe cuándo.

Lilia Carrillo dijo...

En eso ando Héctor, en eso ando...