Cada lunes hago un gran berrinche...
...porque aún me siento fatigada, dos días de descanso no bastan...
...porque no me quiero levantar...
...porque no quiero ir a trabajar...
...porque necesito un día más para atender asuntos domésticos o simplemente para satisfacer necesidades meramente hedónicas.
Hoy en la mañana por supuesto que llevé a cabo mi super berrinche, tal y como lo realizo religiosamente cada lunes.
Y en ese "mood amargueitor" venía yo esta mañana manejando hacia la oficina.
Conducía a la vez que me fustigaba con el látigo de la víctima, lamentando lo cruel mi destino...
...tener que ir a la oficina.
Al llegar a la oficina, mientras esperaba que el vigilante me abriera, observé el camión de la basura estacionado justo enfrente del edificio donde yo trabajo.
Observé... porque en otras ocasiones sólo veo.
Y sentí un vuelco en el corazón.
Tres hombres subidos en la parte trasera del camión se dedicaban a la non grata tarea de separar la basura.
Abrían las bolsas y colocaban latas, papeles y quién sabe cuántos desechos más en diferentes pilas.
No usaban guantes. No llevaban cubrebocas.
Sus miradas eran distantes.
No miraban la basura.
Sus miradas estaban fijas en el horizonte.
Y mi mirada se posó el día de hoy sobre ellos.
Se me quitó la cara de amargueitor y agradecí a la vida que yo me dirigía a trabajar a una oficina limpia, cómoda y agradable.
Me sentí afortunada de tener un trabajo en el cual no tengo que meter las manos en ninguna inmundicia...
...pero los rostros y miradas perdidas de esos tres hombres se quedaron registrados en mi atribulada mente.
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