El dolor la obligó a ponerse de rodillas, luego se enroscó, se meció, apretó con sus huesudas manos los tobillos tambaleantes.
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Las arcadas producidas por el inagotable llanto la llevaron a acomodarse en posición fetal.
Continuó llorando, como niña con hambre y frío.
Sus gritos se transformaron en aullidos, un millar de palabras incomprensibles surgieron de su boca desfigurada por la confusión mental.
Algunos pensamientos, menos coherentes, quedaron atrapados sin salida.
Ahí permaneció, sin sentir el paso del tiempo, temblando y sollozando, hasta que perdió la conciencia.
Cuando despertó, en primera instancia pensó que había sido una pesadilla, pero no, volvía una vez más a la sofocante realidad.
2 comentarios:
Me da la impresión de que ésta es, en parte, una catarsis de algo que Valentina vivió, tal vez recientemente.
En ocasiones es necesario también vivir el dolor con plenitud.
Cada emoción se vive con intensidad, es parte de vivir plenamente.
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