jueves, 22 de octubre de 2009

El Día Menos Pensado

Les cuento el episodio del asalto, el cual me ocurrió en el '97 y escribí sobre éste algún tiempo después...
"Cuando creía que los asaltos, así como el SIDA o cualquier otra enfermedad terminal eran algo que ocurría sólo a los demás, me pasó a mí, en el día menos pensado. En la mañana de ese día había presumido a mis colegas que jamás había sido víctima de la violencia imperante en la Ciudad de México. Sin querer, porque conscientemente nunca hubiera pasado por ahí, con todas las noticias escuchadas en la tele y radio, el coche en el que iba estaba circulando por el Eje 3 Sur a la altura de la Colonia de los Doctores.
-¿Dónde crees que estamos?- preguntó con una sonrisa inexplicable el conductor del Jetta blanco junto al cual iba sentada. Los gringos que iban en el asiento trasero no entendieron la pregunta, claro está.
Y en ese momento leí el letrero de la calle perpendicular al eje vial: Dr. Barragán. ¿Cómo se le ocurrió a este idiota meterse por aquí?, pensé al tiempo que un escalofrío recorrió mi piel cuando vi de reojo a cinco tipos sobre la banqueta. Algo en mi interior me reveló que esto no estaba nada bien y segundos más tarde comprobé que la famosa intuición femenina sí existe y lamenté haber hecho caso omiso a mi deseo de persuadir al conductor a que se pasara el alto.
Cuatro de los tipos rodearon el automóvil y el quinto se dirigió hacia el frente al tiempo que llevaba la mano derecha al interior de la camisa, a la altura del abdomen.
Mientras los inesperados acontecimientos se desarrollaban el despiadado semáforo continuaba en rojo y yo sabía perfectamente el clímax de la historia cuyo desenlace era incierto y en un instante de lucidez ordené:
-¡Pásate el alto!, ¡arranca!
Demasiado tarde, el miedo había paralizado al estupidizado conductor y el tipo de la mano en la camisa estaba parado frente al coche extendiéndoles una pistola.
-¡Te digo que te arranques! ¡Llévatelo! ¿Qué demonios esperas? ¡Muévete!
¿What's going on? What the hell is going on? -preguntaban los sorprendidos gringos.
-It's an assault! -contestaste lo obvio para quien sobrevive en la Ciudad de México, pero inconcebible para el par de americanos provenientes de un tranquilo pueblo de los Estados Unidos donde los crímenes novedosos consisten en encontrar un par de veces al año cuerpos de mujeres descuartizadas por algún psicópata lunático.
-Move on! Move on! -gritaron al unísono al estático chofer.
Y mientras esto sucedía trataba de poner en orden mis ideas... ¿qué se hace en estos casos? ¿dónde está la policía? ¿qué sigue? No hay un manual sobre comportamiento durante un asalto, pensaba confundida (tal vez ahora sí los hay, no cuando escribí estas líneas hace algunos años).
Los ratas que rodeaban el auto golpeaban los vidrios protegidos con película "anti-asalto" sin lograr estrellarlos y al ver frustradas sus intenciones, el de la pistola se acercó a mi ventanilla y vi en cámara lenta sus manos sosteniendo el arma hasta llevarla a la altura de mi rostro.
En ese momento giré instrucciones a mis acompañantes gringos y al idiota del volante.
-We will open up the windows and give away all we have! Give them everything you can, this is the only way we can probably save our lives!
Acto seguido todos bajaron las ventanillas y los cuatro asaltantes ubicados cada uno con su respectiva víctima hicieron lo suyo.
-A ver, gringo culero! -ladraba uno de los rateros mientras forcejeaba con el que estaba sentado del lado izquierdo.
-¡Ahora sí se los va a llevar la chingada! -insultaba el fulano que jalaba la cadenita con un crucifijo que portaba el impávido conductor.
Yo no esperé ni in segundo, al abrir la ventanilla y encontrarme con mi ratero asignado, de ojos dilatados y perdidos en el espacio, le aventé cuanto traía. Le boté la bolsa con cincuenta pesos y tarjetas de crédito, dos pulseras, los aretes y un anillo. El asaltante notábase complacido con tan cooperativa víctima y la verdad es que mi reacción se debía al puritito miedo de que el tipejo me lastimara.
Tan pronto este asaltante terminó su trabajo se dirigió a la parte trasera donde su compañero sostenía una lucha feroz con el gringo que se negaba a entregar el reloj. El mío, por cierto, continuaba instalado en mi muñeca y cuando lo vi me aterré más de lo que ya estaba. Había oído tantos consejos sobre darle todo a los asaltantes pues de lo contrario hasta la vida te podrían robar. Extendí mi relojito barato al delincuente que ya en ese momento me ignoraba pues era mucho más atractivo el rolex que el gringo se negaba a soltar.
-Not the watch, not the watch -imploraba el hombre.
-Deguach sí, deguach sí -espetaban los bilingües rateros.
El de la pistola se impacientó y disparó al suelo en señal de que la cosa iba en serio. Acto seguido cortó cartucho, colocó una vez más el arma a la altura de mi cabeza, pero esta vez sentí el frío del cañon en la sien, ya sin el cristal de por medio.
En ese momento los sucesos se desarrollaron en una cámara mucho más lenta. Descubrí que efectivamente la sangre se congela. Que sea rápido y sin dolor supliqué en mi interior, pues el dolor, por mínimo que sea es mi punto débil.
Y en tales circunstancias me encontraba cuando el americano vislumbró el posible fin del episodio pues el arma acariciaba mi cabello.
-Oh dear! -sollozó. Rápidamente se desprendió del atesorado rolex, regalo que le había dado la empresa por 25 años de trabajo.
El quinteto de ladrones huyó con lo ganado con el sudor del cemento inhalado. Los coches que acompañaban en el alto a las víctimas al inicio del asalto habían desaparecido, los únicos testigos en pleno Eje 3 a las 6 de la tarde eran un Jetta blanco con el techo abollado y cuatro infelices, tres de ellos rasguñados y golpeados por no haber cooperado de buena gana, pero al fin del día extremadamente felices y agradecidos porque se les había concedido el derecho de vivir.
Me asomé por la ventanilla y vi sobre el pavimento una de mis pulseras desdeñada por los cerdos.
-Espera -dije al estupefacto conductor.
Abrí la puerta del auto, recogí mi pulsera, vi a mis compañeros de reparto de esta película de horror y el llanto contenido finalmente encontró su cauce.
-Ahora sí, vámonos -expresasé con voz entrecortada.
-Mother fuckers! -exclamó uno de los gringochos, el cual, por cierto, solicitó al corporativo que nunca más por el amor de Dios lo enviaran a capacitar al personal de la subisidiaria ubicada en la Ciudad de México.

3 comentarios:

Jana dijo...

Wooowwwww!!! Qué habilidad Valentina, porque nada de cámara lenta, todo ocurre en un minuto, pero sabes? No hay improvisación, hay inteligencia, conocimiento de la situación, capacidad de reacción y pasión por las pulseras.

Espero verte el sábado

Besito

Jana

Claudia E. dijo...

Hola prima,
No cabe duda que eres un tesorito de talentos, tu historia parece de un libro de cuentos de alguna escritora como Mastretta o Loaeza. Ya pasó un tiempo de este traumático evento, ya ni al caso comentar, pero el chofer ¿habrá estado de acuerdo con los asaltantes? Su conducta fue muy sospechosa, seguro que también lo pensaste, en fin, qué suerte hemos tenido prima, a mí me asaltaron 5 veces en el D.F. De todas salí ilesa y lo podemos contar, pero el miedo, la rabia, la impotencia y la frustración que se siente no lo sabe nadie a menos que haya vivido la experiencia.

Un abrazo Valentina

Clau

Lilia Carrillo dijo...

Jana, mi pasión por las pulseras es legendaria.
Clau, por supuesto que lo pensé en su momento. Muy sospechoso el conductor del Jetta blanco.