Ayer por la tarde mi prima Yolanda, mejor conocida como Yuyi, compartió conmigo un artículo publicado en ELPAIS.com, titulado "Más práctica y menos teoría".
Para no hacerte el cuento largo, relata la noticia de una mujer de 63 años y su esposo, un hombre de 72 años de edad, quienes se registran en un motel. Llevan consigo sogas en lugar de equipaje. Se han alejado de "eros", han elegido el suicidio. La mujer había escrito una veintena de libros sobre la felicidad y la esperanza. Era conocida como "la sacerdotisa de la felicidad".
Esta noticia me llevó a reflexionar, entre otras cosas, sobre esos mensajes positivos que posteamos y leemos en Face Book, por ejemplo.
¿Cuántos de quienes escribimos o leemos esas citas sobre cómo vivir sin odio y con más alegría realmente llevamos a la práctica actitudes positivas?
Lo más posible, o real, desde mi punto de vista, es que los pensamientos y actitudes optimistas mueren en el intento, se quedan en la teoría.
Y es que no es fácil llevar a la práctica actitudes más humanas con nosotros mismos y extenderlas hacia los demás.
Vivimos en un mundo indiferente a la violencia, a la agresión, a la miseria y sufrimiento del otro.
Se está haciendo costumbre observar, escuchar o mirar actos de maldad realizados por seres humanos no humanos.
En cuanto al dolor del alma, te aseguro que no es asunto de remedios simplistas.
En mi vida he sufrido infinidad de formas de dolor físico.
Mi umbral del dolor es una grieta del tamaño de las Barrancas del Cobre.
Cuando anduve en la búsqueda de procrear, fui sometida a innumerables procedimientos parecidos a las formas de tortura medievales.
Durante seis meses, antes que me practicaran la histerectomía, padecí dolores posiblemente parecidos a los del parto.
He experimentado el dolor de una extracción molar, procedimiento salvaje con todo y los avances de la ciencia médica.
La ingesta de medicamentos para paliar el dolor pélvico me provocó irritación en el esófago.
Estuve cerca de seis días sin poder pasar alimento sólido. Hasta las papillas se hundían en mi garganta cual cuchillos afilados.
Dolores han venido y se han ido.
Todo tipo de analgésicos han contribuido a paliarlos.
Pero el dolor del alma no hay remedio que lo quite.
No basta con un "échale ganas".
¿Echale ganas?
A ver, ponte en mis zapatos y trata de comprender de dónde surge este dolor.
Imposible identificar el origen con una radiografía.
Ni la terapeuta más experimentada lo erradica fácilmente.
Y pensar que abunda tanto charlatán en los consultorios de psicólogos.
Esos seudopsicólogos que se atreven a dar y regalar recetas caseras o remedios exprés para ponerte nuevamente en marcha.
¡No!
El dolor del alma toma su tiempo. A veces su tiempo largo.
Tampoco se va leyendo libros sobre cómo ser feliz, mucho menos escuchando a esos oradores que hablan de la esperanza como si se tratara de vender cacahuates.
Los antidepresivos son una muleta mas no el remedio.
Las raíces del dolor emocional son demasiado profundas.
Y tal vez por ello esta pareja no pudo llevar a la práctica los remedios de la mujer para encontrar la felicidad.
Yo sostengo una lucha diaria contra la tristeza.
Cada día me levanto de la cama y salgo a la vida.
Pero es un trabajo diario.
Y no hay teoría que me cure.
Lo que hago es practicar, practicar y practicar el arte de vivir.
El arte de amar.
El arte de amar la vida.